Vencido por la luna.

Vencido por la luna.
Bajo su influjo y su condena...

sábado, 22 de marzo de 2014

Palomas silenciosas.


Esbozo primero

Si caben en el hueco de mis manos
palomas silenciosas y turgentes;
si tienen ansia de gloria y de besos
y una sideral brecha las divide;

si se alzan en mi frente turbulencias
y caen sobre tu piel como en centeno,
buscando nada más donde esparcirse
o donde anidar lujuriosamente;

si vuelvo cien mil veces y regreso,
cosido a mi ropa como a tu sangre,
rendido al borde fresco de tu luna;

al menos como un paso ven a verme
y siente la dureza del camino
perdiéndose en tus ojos como sierpe.




Racimo extenso.


Esbozo II

Era verdad que ardían tulipanes
rojos por cada ausencia de tu boca,
que no pude probar aquel racimo
extenso donde aletargadas uvas

ponían al sol redondos latidos.
Es cierto que existen nubes de escarcha
dentro de ella durmiendo, como dientes,
junto al lebrel delgado de tu lengua,

ante la eterna brasa de tu olvido.
Será verdad que un día ceniciento
ya no estaré pendiente del rocío,

ni de la tibia llama que se enciende
cuando muerdo entre la naranja amarga
de tu piel el adiós a mi fortuna.

Siemprevivas oblicuas.


Esbozo III

Tu pecho, agrio limón que un dios travieso
arrojó contra mi cara a la aurora,
envenenado aguijón de luz torpe,
proa rabiosa de subida leche.

Tu vientre, esperanzado, de raíces
voraces que no esperan cortesía
sino aureolas secas y torcidas,
nacidas del sarmiento de mi mano.

Que no daré rosas sino palabras
abruptas o líquidas si se tercia,
sacadas de la mina más oscura.

Que no daré silencios sino flores
perpetuas para siempre, siemprevivas
oblicuas o suspensas de tu aliento.

Colibrí rabioso.


Esbozo IV
El trombón azul de perdidas notas
se quedó esperando la melodía,
el colibrí rabioso que le diga:
eres mi nido, resabiado néctar.

También mi pecho se quedó aguardando,
detrás del tul, el lánguido aguardiente
que emborrona hasta el mar de las palabras,
que intoxica el miedo-amor que destilas.


Y no aprende, dolida, la gacela
que hay ojos enemigos que se yerguen
poderosos cual lanzas de granito.

Y no olvida que los lentos cipreses
son hermanos cautivos de la sombra
tal como yo de tu panal abierto.

Florido albérchigo.


Esbozo V

Pasas a mi lado, florido albérchigo
airado en la dulzura de su pruna,
y esparces un perfume de dolencia
que a enconados latigazos recibo.

Tu pelo, como espuma desatada
como bandera de inocencia inútil,
divaga por un aire despreciado,
cargado de invisibles resonancias.

Y te vas a hurtadillas de la tarde;
en la deriva insidiosa respiras
la cal sosegada, el momento largo;

una expresa resolución se agita
calle abajo, cual rapto de locura
que se enhebra en mis ojos dilatados.

Curvas celestes.


Esbozo VI

Viril por los caminos me derramo
y pierdo mi mirada por las curvas
celestes y agraciados remolinos,
y en la locuacidad de los veranos.

Viril por la pradera de la noche
o el angustioso alrededor del claro
del bosque humedecido por abrazos;
ciego como el topo de la distancia

o el tren destinado a sufrir el túnel;
rabioso, como el filo de un letargo,
en la presión irresistible insisto,

y mi insistencia se desprende al borde
de la duna perenne de tu labio,
mordiendo avara la sequedad dulce.

Corola inversa.


Esbozo VII

No me queda paz y yo me deshago
en la flor de nata de tu vientre,
en el lago nítido de tus párpados,
en la corola inversa de tu aliento.

No me queda fe y yo me disperso
por el camino pálido de tarde,
por la noche abierta y degenerada,
por la húmeda acritud de los rosales.

No me queda razón porque enloquezco
como el borde sangrante de un eclipse,
como un fuego sin pasto que lo llame;

y desde mi torre ebria de viento,
desde la amplitud de mis colmenares
desciendo hasta tu pecho como brasa.

Dulzor extraño.


Esbozo VIII

Tienes dulzor extraño de nopales
y un rizado encanto que te descubre.
Un brocal de miel se torna tu boca
y en ti confluyen todas las especias.

Gozas la mano blanca que recibe,
eres algoritmo que ordena el cielo;
no hay ciencia que permita conocer
la entrañable actitud, flor de tu vértigo.

Con un delgado tránsito de perlas,
con un girar de lunas virginales,
con un fulgor curtido de esmeraldas;

da igual que ruede en ti fugaz Saturno,
que grite en ti la voz de la nevada,
que mueras para siempre la inocencia.

Cenital delirio.


Esbozo IX

Vi en tus ojos arpegios de colores,
el cenital delirio de las aves.
Vi trapecios con estrellas colgantes,
perdidas en el azul de la noche.

En tus labios un respirar de alondras,
un pulso centenario desvayéndose
contra la piedra de mi pecho; a ciegas,
el lunático exceso de tu vientre.

Búscame entre el agriado laberinto,
en el corazón de la almendra pura,
en el almidón torcido, en el amplio

tronar con que el mar nos muestra su encono.
Despiértame en el filo de la espuma.
Adiós por todo lo que nunca ha sido.

Rubíes extraviados.


Esbozo X

Como una hoz pones tu curvo filo
contra mi piel herida de tormentas
y afilas rubíes extraviados
y asaltas con un vértigo de hogueras.

Como en laúd pones tu mano lenta
sobre la orgía de mi pecho en brumas
y un depósito de algas retrocede
al pajizo rincón de la conciencia.

Vas diciendo palabras enredadas
en alambre de púas con desorden.
Vas diciendo adiós, mas sin modestia.

Vas dejando jirones de nostalgia
y en el límite del barro se cruza
una mariposa tímida que arde.

Látigo azul.


Esbozo XI

De estar sola y de escuchar a tristes,
de calcinar paisajes con los ojos,
de estar lejos donde nadie persiste,
tocando el horizonte con los dedos;

de navegar en calles con farolas
y a la orilla del mar poner presillas;
de esparcir fresas por el ancho mundo
y guardar en la piel la nata pálida;

de moldear mi nombre con arcilla
y cruzarme en el agresivo espacio
con el látigo azul de tu mirada;

ni de soñar tú nunca te has cansado
como jamás se agotan las libélulas
sobrevolando espejos sobre el agua.

Clarividente anhelo.


Esbozo XII

Un río desbordado de cenizas
siguiendo la cadencia de tu pelo;
un alba en que las flores indecisas
sentencian mis momentos con perfume.

Un brazo nada más sobre tus hombros
y un clarividente anhelo te ofrezco;
una boca ardorosa que te esculpa
a golpes con sus besos mancillados.

No volverá tu llamativo gesto
a encauzar hacia mí su desvarío,
ni tu frente cual lirio de reposo

a buscar el lecho azul de mis labios.
No volverán, quizás, pero tampoco
se alzarán de su tumba los racimos.

Promesas invernales.



Esbozo XIII

Tu mirar es un tajo de cuchillo.
Mi corazón de azúcar y cristales,
al que abrazan raíces de tu aliento,
en gérmenes de algodón busca otoños.

Tu lengua es un revuelo de campana,
un hato de promesas invernales
donde claudica el rizo de una historia
y el lisonjero arpa borda nidos.

Dame el hachazo crudo de tu beso
y tu mano azul que duerma en la mía
profundamente, atropelladamente;

porque huelen a fuego tu cintura
y tu entero cuerpo; huelen a llama
desde que naciste para mi vida.

Disoluta lava.


Esbozo XIV

Un árbol en tus ojos me vigila,
combatiendo en un cielo de limones;
pájaros de dolor quiebran tu boca
cuando tienes que confesar que me amas.

Entras en mí haciendo fuerte estrago
o yo entro en ti, sería hablar más justo,
como en un lago de disoluta lava,
como cruzando puertas de un infierno.

Tras la lucha morimos de descanso,
tras los gritos abrimos el silencio
como una triste caja de Pandora,

y se van apagando los vencejos
que en la pared han sido nuestras sombras,
y la penumbra se enciende en tus párpados.

Tardíos panales.


Esbozo XV

Ya es el otoño y muchas de las tardes
toman color rasposo de membrillos
y en tus ojos van tardíos panales
cual lluvia en los balcones sucediéndose.

Ya es otoño pues todas las granadas
tienen corona y corazón abierto;
como el íntimo fuego que nos une
desde su claustro vivo se desgranan.

Es otoño como lo ha sido siempre,
como cuando sequé de luz tus labios
y entrecrucé mi vida con la tuya.

Otoño se extravía en el camino
y nosotros, serenos como nunca,
nos quitamos el ansia del verano.

Torpe arrobo.


Esbozo XVI

Te pierdes en un mundo de atributos
y relamida esencia de pajares
donde el oro crepita y nos mutila
con la punta y desidia de su aguja.

Te encuentras en un viento hecho de láminas
y en el torpe arrobo de los lunares;
vas enhebrando pujanza y arrojas
a las estrellas destemplados besos.

Cárgate como yo de parsimonia;
lastra tu voz de volcánica bruma
hasta emerger de acero en las palabras;

que vacíen sus lágrimas las nubes
al paso de este negro galeoto
que concierta citas contigo al alba.

Neblí dulce.


Esbozo XVII

A ti te doy por presa mis entrañas,
neblí dulce de despiadado encanto,
y no serán los dardos de mi nombre
culpa de que dejes el mago viento.

Señuelo soy al fuego de tus ojos
y entre la escarcha húmeda de tus garras.
¿Cómo evitar el poderoso influjo
que esparces por los límites del cielo?

Pobres aquellos que en la tierra lúgubre
viven del escaso ardor de los besos
o en la llanura estéril del deseo.

Dichoso yo vencido por tus alas
y el quiebro a contraluz con que me otorgas
la muerte resurgiendo en tu picado.

Alcohol goloso.


Esbozo XVIII

Ya no me envuelves de lívidas gotas
o acartonada voz de pergaminos;
no distraes al hacha del silencio, 
ni apoyas en mi ser tu enredadera.

Llévame al lagar de tu pie rosa,
hasta la urna lejana de tu vida,
llévame al viento seco de tu cumbre
o hasta la sombra verde del suspiro.

En ti maduraré dorado y triste,
henchido sin más de tu alcohol goloso
y en la madre de tu piel habré asiento.

En ti culminaré embriagador, dúctil,
como aquel que en tu boca no recuerda
que salió de la tierra cual latido.

Cascadas ateridas.


Esbozo XIX

Pueden brotar mil lirios usurpados
o sonar un recio clamor de espigas,
nublarse puede el agorero cielo
ante la espesa luz de tu presencia.

Puedes vibrar en diapasón o tímpano,
tocada acaso por fragor, cascadas
ateridas o yemas de mis dedos;
puedes quedarte impresa en los espejos.

Ya no domino la gula que siento
como animal crecido en la maleza
salvaje y bucólica de tu vida.

Ya no me quedan fuerzas de negarme
a ese festín de maíz tan granado
que ofrece la mazorca de tus labios.

Líquidas lunas


Esbozo XX

Eres de las algas que hasta mí llegan,
de la arena turbia donde te varas;
en cada ola me traes una orquesta
o un zafiro que estalla melodioso.

Eres así y al mar le pones puertas
y ventanas abres, líquidas lunas,
a todo el que se acerca hasta tu espacio,
y a nadie que suplique tú te niegas.

Vienen vientos de ti, vienen veranos
y para ti el sol, sedienta moneda,
no vale más que la sombra de un árbol.

Eres así y el azul en que navegas
es un cumplido corazón de púrpura
donde mi cuerpo busca el acomodo.

Mudo amago.


Esbozo XXI

Cuando la luz perdida del naufragio
que tuve en tus caricias procelosas
se convierte en tu cara en porcelana,
madura penitencia o verbo alado,

cuando la oscuridad, aguda bala,
truena silenciosa y parte la noche
en retales de seda dispersados,
sobre tu piel mis uñas parpadean

mi brazo se hace anillo en tu cintura
y el cairel de tus dientes muerde amigo
por no gritar, se torna mudo amago.

Cuando el volátil lirio de tu risa
en cada rincón nuevo se recorta
es que doblan campanas en el cielo.

Silentes horas.


Esbozo XXII

Hay un portal que habitan los lunáticos
cuyas silentes horas desconoces,
una rosa que vuela por los áticos,
una heladura en luna adolescente,

una excusa escrita, papel mojado,
un beso con sabor a disparate,
hay un despierto guiño de oleajes,
hay un trigo sediento de las hoces.

Son cosas distintas y lo comprendo,
y tú sola en ti misma las compendias
como un jardín hierático sus flores.

Son cosas distintas, pero te esfuerzas
en traer con la brisa que te envuelve
vibrando el rocío de tu saliva.

Desleal bramido.


Esbozo XXIII

Paso por ti como por tosca arena
donde se hunde la aguja de mis pasos;
bogo en ti como velero que avanza
dibujando el zarpazo de su quilla.

Debo encauzar mi mano deslenguada,
el desleal bramido de mis dedos;
debo enjaular mi timidez de pájaro
y encontrar en las flores la pereza

que abunda por los bordes de los prados.
A la encabritada yegua de lluvia
sólo vale un bocado de diamantes;

al bajel de la estela de la luna,
que navega en el silencio de la noche,
sólo rige un timón desconcertado.


Virginal regato.


Esbozo XXIV


No muestres esa cara de nevada,
no airees esa piel de desacato,
ni inventes desairados compromisos
como quien por placer forja puñales

y hace en mí la prueba del filo agudo.
Acuérdate, no obstante, del momento,
cómo mecías en las noches de granero
mi cabeza al rumor de tu regazo,

porque era el cielo un resplandor efímero
y las bailables horas primitivas,
y era el mundo un trigal en decadencia;

porque manaba de ti un virginal
regato y un voluble haz de hiedra
de tus ojos lunares descendía.

Socorrido almíbar.


Esbozo XXV

Siento volar el socorrido almíbar
de mi labio en las dunas de tu cuerpo
y se quiebra el bambú de mis costillas
con el galope incierto de las dudas.

Poso, como alas, manos ateridas
y soy como aquel cisne interrogado,
vertido del espejo verdinegro,
untado de palidez mortecina.

Tenso el arco astuto y, con la saeta
de mi sed, me anudo en la fragancia
casi inerte o en la onda que desprendes;

pulso la cuerda adusta, que el destino
no deja expresarse, con esa nota
que puso en ti la fruta de la ausencia.

Frígido ademán.


Esbozo XXVI

Ya de los álamos ardió la plata
y cayó muerta en la estela del río;
ya el viento escurre el frígido ademán
y la invernal luz sobre tus mejillas.

Se alejaron los decadentes pájaros;
se llevaron con un trino el estío
a donde se alzan los lunares cráteres
o se vuelcan los lirios del ocaso.

No es tiempo de venganzas o batallas
y estamos en la raya de la muerte
con nuestra altiva torre ansiando vida;

nos movemos en caminos trillados
donde el rancio amor persigue derivas
más allá aun del último arrebato.

Datos personales

Manilva, Málaga, Spain