XXXVII
Si alacranes al ámbar van tus cejas
de tus ojos y al crepitar de hoguera;
si a la muerte yo cual pálida cera,
como el toro a la espada o a las rejas.
Si puse mi ilusión en tus madejas
y no hubo perdón ni cielo que espera;
no fue el extravío, árida quimera,
ni la plácida mano que manejas
lo que avivó mi repentina muerte;
fueron y no fueron esos letales
resplandores en tu pupila inerte,
fueron y serán motor de mis males
y de este arder en piras sin tenerte,
reo en vida de llamas infernales.
Si alacranes al ámbar van tus cejas
de tus ojos y al crepitar de hoguera;
si a la muerte yo cual pálida cera,
como el toro a la espada o a las rejas.
Si puse mi ilusión en tus madejas
y no hubo perdón ni cielo que espera;
no fue el extravío, árida quimera,
ni la plácida mano que manejas
lo que avivó mi repentina muerte;
fueron y no fueron esos letales
resplandores en tu pupila inerte,
fueron y serán motor de mis males
y de este arder en piras sin tenerte,
reo en vida de llamas infernales.
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