II

Por cada ausencia un tulipán ardía
de tu boca total y apetecible;
por cada beso un racimo irascible,
pereza de las uvas, se encendía.

Latidos me arrendaste de agonía,
escarcha de las nubes inservible,
albor de tus dientes inamovible,
lebrel viviente que en tu lengua hervía.

Cuando veas la brasa del olvido
resurgir de entre un día ceniciento
o cuando sientas que el rocío ha henchido

de tibieza la llama de mi aliento,
no sufras, es tan sólo que he mordido
en tu piel de naranja mi tormento.