XXXIV

No pongas en alerta las ojivas
de tu vibrante y noble barbacana;
no busques así la victoria insana,
contrafilo del pétalo que avivas.

Mi rendición se arroja a las derivas,
preliminar atisbo de la gana,
y con la rama de mi brazo abana
la dimensión final en que me esquivas.

Ese frágil fragor ¿qué vaticina?
ese almendro en flor, esa cintura
de leve condición ¿a qué se inclina?

Afuera una sentencia se figura
la puya de tu beso con inquina,
cayendo de repente en noche pura.